Cristina y el Mago
Narradora: De noche, las estrellas brillan como un concierto de hadas. En medio de su danza silenciosa, una de ellas parece desprenderse, da unos giros en espiral y cae a la tierra, en medio de las sombras de un bosque.
Justamente en ese bosque se halla perdido un mago, poderoso y respetado. Su pasión principal es aprender cuanto conjuro nuevo existe en el mundo. Había oído que un hada se escondía en las noches de luna llena para bailar en algún lugar de aquel bosque.
Cristina : ¡Hola! Tú debes ser el mago de la montaña. ¿No es así?
Mago: Sí, y tú debes ser el hada de la luna llena, la que danza en las noches iluminadas por pura diversión.
Cristina: Sí, se ve que me conoces bien, mago. ¿Qué buscas a estas horas de la noche, cuando todos están descansando?
Mago: Saber, conocimiento, nuevo poder.
Cristina: Por lo que me han contado, tú ya sabes muchos conjuros. Ya eres muy poderoso, nadie te ha vencido en el pueblo.
Mago: Ah, eso no es cierto. No lo sé todo.
Cristina: Nadie lo sabe todo, mago.
Mago: ¡Claro, claro! pero tú puedes saber algo que yo quiero.
Narradora: El hada sonrió y su risa sonó a campanillas agitadas por el viento. Voló por encima del mago que no la perdía de vista, hasta llegar a la copa de los árboles, y luego descendió.
Cristina: Muy bien, te voy a ayudar, sólo porque me caes simpático.
Mago: Gracias.
Cristina: ¿Qué quieres saber?
Narradora: El mago sonrió a su vez, y se frotó las manos, paseándose nervioso por el claro.
Mago: Mmm, quiero aprender el conjuro de invisibilidad. ¡Eso!
Cristina: ¿Quieres ser invisible?
Mago: Sí.
Cristina: ¿Que la gente no se percate de tu presencia?
Mago: Sí.
Cristina: Eso puede usarse para fines muy malvados.
Mago: No te preocupes. Yo sabré darle un buen uso.
Cristina: Muy bien. Entonces lo primero que tienes que hacer es limpiar todos tus baúles de cosas que no hayas usado en más de un año.
Mago: ¿Qué? ¿Limpiar mis baúles me va a hacer aprender un conjuro?
Cristina: ¿Quieres aprender, o no?
Narradora: El mago hizo un gesto de resignación.
Mago: Está bien, voy a mi casa.
Narradora: El mago retornó con gran velocidad a su hogar y descubrió, al llegar, que el rey vecino estaba por lanzar sus tropas para conquistar su pequeño pueblo.
Mago: Debo darme prisa para limpiar mis baúles.
Narradora: Se dijo. Lo hizo todo muy minuciosamente, limpiando todos su baúles de los frascos que tenían sustancias ya descompuestas, y uñas de gato, y alas de murciélago que no había podido usar en mucho tiempo. Finalmente terminó su trabajo de limpieza, le dolía un poco la espalda.
Mago ¡Ah! ¡Ugh! ¡Terminé!
Narradora: El mago salió entusiasmado de su casa y se dirigió al bosque. Mientras caminaba se había dado cuenta que su barba estaba muy crecida.
Mago: ¡Vaya! Tendré que rasurarme apenas llegue.
Narradora: Unos cuantos pasos más adelante, se dio cuenta que se estaba encorvando cada vez más, las rodillas comenzaban a dolerle, y los pies le parecían enormes y pesados.
Mago: ¿Qué me está pasando?
Narradora: Finalmente, casi a punto de llegar al claro, con la luz de la luna casi en todo su esplendor, se tuvo que sentar por el cansancio.
Mago: ¡Ah! ¡Ay! mi espalda!
Narradora: De pronto, el mago vio una hermosa cama en medio del claro, con sus sábanas blancas y una discreta almohada de color perla oscuro. El mago abrió los ojos, no podía creer lo que veía; pero estaba tan cansado que pospuso por un momento su incredulidad, y pensando en que aquello era obra del hada, se recostó para descansar. Al poco tiempo, bajó volando el hada.
Mago: Hice lo que me pediste, limpié todos mis baúles. Ahora, enséñame a ser invisible.
Cristina: ¡Ya eres invisible!
Narradora: Dijo el hada.
Mago: ¿Cómo?
Cristina: ¡Claro! Eres un anciano ahora, no te molestarán, no te visitarán, no te hablarán. ¡Ya eres invisible!
Mago: Yo no quería eso.
Cristina Tú me pediste ser invisible; que la gente no se fije en tu presencia. ¿No es así?
Mago: ¡Sí, pero no así!
Narradora: De pronto apareció un coro de hadas. Al parecer, lideradas por una mayor, del tamaño del hada que conversaba con el mago.
Mago: ¿Cuánto me llevará ser un mago poderoso?
Hada Unos diez años.
Mago ¿Qué? ¿Tanto tiempo?
Hada No, me equivoqué. En tu caso serán veinte años.
Narradora: El coro de hadas se alejó bailando y comentando de lo más animadas, mientras el anciano levantaba el dedo para señalar aquella luna maravillosa que parecía entender su frustración. Ahora que sus ojos apenas podían ver la belleza de la vida.