El brillo de la luciérnaga
Narrador: En el bosque, cuando la noche cubre todo con su manto, las luciérnagas se van encendiendo una a una como farolitos mágicos. Cuentan que una vez, una luciérnaga vino a posarse sobre la cueva donde vivía una serpiente malgeniosa. Al ver la luz, la serpiente sacó su cabeza, afiló la lengua y se lanzó a la captura de la luciérnaga.
Serpiente: ¡Ahora vas a saber quién soy yo!
Narrador: La luciérnaga huyó despavorida, pero la serpiente la seguía a todas partes.
Serpiente: Ahora, ahora vas a saber.
Narrador: Si la luciérnaga se posaba en la rama de un árbol, en ese árbol se enroscaba la serpiente; si la luciérnaga se alejaba veloz, atrás de ella aparecía la serpiente mostrando sus venenosos colmillos. Y así, un día, y otro, y otro, ya sin fuerzas para aletear, la luciérnaga decidió enfrentarla.
Luciérnaga: ¡Ya basta señora serpiente !
Serpiente: Eso mismo digo yo bicho asqueroso. ¡Basta de huir! Resígnate a morir.
Luciérnaga: Muy bien, pero antes de que me mate, ¿podría hacerle tres preguntas?
Narrador: La serpiente un poco extrañada respondió.
Serpiente: No acostumbro a conceder últimas voluntades a mis víctimas, pero como no tengo nada que perder, puedes preguntar lo que quieras.
Narrador: La luciérnaga, haciendo gala de inteligencia, preguntó.
Luciérnaga: Dime serpiente, ¿pertenezco yo a tu cadena alimenticia?
Serpiente: No entiendo tu pregunta, bicho infeliz.
Luciérnaga: Digo que si ¿a ti te gusta comer luciérnagas?
Serpiente: ¡Wahh! No, ¡me repugna!
Luciérnaga: ¿Puedo hacer la segunda pregunta?
Serpiente: ¡Uy! ¡Puedes!
Luciérnaga: ¿Te he hecho yo algún mal?
Serpiente: Jaja no, ninguno, ¿qué mal podrías hacerme tú?, un insecto insignificante.
Narrador: La luciérnaga aleteó bondadosamente y se dirigió nuevamente al malgenioso reptil.
Luciérnaga: Entonces la tercera pregunta cae por su peso. ¿Por qué quieres acabar conmigo?
Narrador: Afilando su lengua, la serpiente clavó sus ojos amarillos sobre la luciérnaga.
Serpiente: ¡Porque! Porque no soporto verte brillar.
Narrador: Y cuentan que aquel bichito de luz, haciendo un gran esfuerzo, brilló tanto que vislumbró a la serpiente envidiosa. Y voló alto, muy alto escapando para siempre de sus fauces.
No te canses, brilla con luz propia, aunque a otros no les guste tu resplandor.